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¿De qué vale?


Como seres humanos, podemos entender que somos mucho más que el cuerpo que tenemos, de hecho, es en nuestro interior donde se desarrollan nuestros pensamientos, emociones, necesidades, deseos y anhelos. Muchas veces estos deseos tienen propósitos nobles, necesarios, que dignifican y mejoran nuestra calidad de vida en general. Sin embargo, en otras ocasiones, estos deseos pueden llegar a descontrolarnos, conforme somos bombardeados por estímulos externos que recibimos a diario en el entorno sobre el cual vivimos. Al respecto La Biblia dice: Nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. Eclesiastés 1:8. Como tal, recibimos una cantidad innumerable de mensajes que buscan llevarnos en cualquier sentido y generalmente, en esta sociedad moderna, alejarnos de Dios. Precisamente, el alejarnos de Dios, es lo que ha traído como consecuencia que estemos padeciendo uno de los peores tiempos en cuanto a la integridad moral de las personas. Muchos conceptos como integridad, amor, compañerismo, solidaridad, respeto, unión, hermandad, son palabras que para muchos, no dejan de ser eso, sólo palabras. Y nos preguntamos ¿por qué? Y es bastante simple la respuesta: Porque el tomar nuestras propias decisiones sin tomar en cuenta a Dios, nos ha desviado del buen y oportuno consejo que sólo Su Palabra nos puede suministrar. Esto aplica tanto para una persona, como para un conjunto de naciones, es igual, y las consecuencias son evidentes. Hoy en día, los esfuerzos que ejecutan muchas personas para intentar tener una mayor y mejor calidad de vida se ven opacados por las terribles amenazas de un planeta que sufre y manifiesta los excesos con que el hombre lo ha maltratado. Y en otros casos, la acumulación de riquezas excesivas ha propiciado monopolios comerciales que hacen más grande la brecha entre ricos y pobres. Parece, en definitiva, un mundo al revés. Pero... ¡Un momento! No todo está perdido, Aún tenemos entre nosotros el tesoro más grande que pueda existir ¡La Palabra de Dios! En ella se nos enseña el Camino que nos puede llevar a una vida plena, satisfactoria, abundante y por sobre todo, ¡eterna! Relacionándonos con Dios, a través de su Palabra, conoceremos que Su Hijo Amado, Nuestro Señor Jesucristo, se ofreció a sí mismo, para pagar nuestras culpas y encaminarnos a una reconciliación completa con nuestro creador. ¡Todos tenemos necesidad de Dios, nadie es auto-suficiente para prescindir de Aquel que nos ama infinitamente! Si ponemos la Palabra de Dios en primer lugar, verdaderamente podremos notar un cambio tangible, que ordenará la forma como vivimos en esta tierra y además nos garantizará la vida eterna cuando Cristo venga o partamos de este cuerpo. Por todo este argumento, es que Nuestro Señor Jesucristo habló claramente diciendo:

¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?

Mateo 16:26

Ya no permitas que tu vida sea dirigida por la voz de aquellos que ni siquiera conoces, sigue la voz de Aquel que todo lo puede cambiar, Aquel que puede darnos la paz que el mundo no puede dar… ¡Su nombre es Jesús!

Siguiendo a Jesús, ya no estaremos viviendo por nuestros intereses particulares, sino que también los valores que conocemos, tomarán un sentido real y genuino en los corazones de cada uno, lo que provocará un bienestar y la firme convicción de que hay una recompensa que recibiremos, luego de nuestra estancia sobre este planeta. Por lo que concluimos con lo siguiente: Sí podemos y debemos procurar vivir quieta y reposadamente sobre esta tierra, sin necesidad de ningún bien. Pero por encima de este propósito debemos interiorizar y reconocer que un día estaremos delante de Dios. Allí recibiremos la recompensa de nuestras obras y sin importar si éramos “los dueños” del mundo, lo que valdrá es, si tomamos en cuenta La Preciosa Palabra del Señor. Nada más…

Dios te bendiga, amado amigo y hermano. Ahora acepta a Jesucristo como tu Salvador

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